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Publicado en Escritos
Por Ariel Feller
Miércoles, 3 de Julio del 2024

"Carnet de hincha"

No te lo dan en la fácil. Ni en pedo. No lo conseguís presenciando una vuelta olímpica o disfrutando una goleada para el recuerdo. Eso es como tener un título de esas universidades privadas que, por pagar la cuota al día, te asegurás como piso aprobar el ochenta por ciento de los exámenes.
El carnet de hincha, ese cartón intangible que te llevás un día y que atesorás para siempre, lo recibís en las fuleras. Lo sacás casi sin darte cuenta. En ese justo momento tirás alguna frase desde lo profundo y la anudás con un par de sentimientos hechos cinta (o trizas). Esa es tu rúbrica de “para siempre”.


Yo recuerdo cuando metí mi firma. Mi padre me había llevado a ver a El Porvenir a la antigua cancha de Quilmes, ubicada en Guido y Sarmiento. En aquellos tiempos de olor a madera en los estadios, mi atención iba y venía, un poco miraba el juego y un poco me colgaba observando las estructuras de metal y tablón.


Como el partido venía torcido para nosotros, el viejo decide, para evitar los quilombos típicos del final, que rajemos del estadio un toque antes. Aceptando su postura sin muchas ganas, le di la mano. Él a paso acelerado y yo a pasito lento, como intentando frenarlo, cruzamos el portón de salida. Ya en la vereda, sentimos un grito de gol. Los amargos de Quilmes liquidaban el pleito. Papá me miró y me dijo “menos mal que nos fuimos, zafamos de ver la otra pepa”. En ese momento pensé que mi viejo abandonaba fácil, pero con el tiempo entendí que sufre demasiado por el fútbol y prefiere evitar ciertos momentos.
Antes de alejarnos totalmente de la cancha le tiro un “¡yo me quería quedar, pa!”. Estoy seguro de que ese fue el momento en que la vida, disimuladamente, colocó ese cartoncito en el bolsillo de mi pantalón de corderoy, tan usado en aquellos años.
Pasado el tiempo, ya lejos de aquellos ochentas, pero aún cerca de los mismos colores, supuse que presencié el momento exacto en el que mi hija metía el gancho en el carnet de hincha. Sucedió en un partido tempranero de sábado, por la mañana contra Argentino de Quilmes. En un cotejo de típicos horrores arbitrales, les dan, faltando nada, un gol cuando la pelota no había cruzado la línea del arco. Casi como un acto seguido, sonó el pitazo final.
Entre los que salían disparados, un poco por la calle y un poco por la veredita, para llegar en horario a almorzar, se mezclaban dos almas que tenían ganas de encontrarse en algo más que las miradas. En ese momento escucho: “¡Cómo perdimos!”, y casi pegado un “¿Cúando jugamos de vuelta? ¡Mirá que quiero venir eh!”.
Ya en el colectivo intento explicarle dos cosas. Una me sale bastante bien y es la que tiene que ver con el resultado, le comento que decir perdimos cuando te empataron sobre el final no es tan errado, porque la sensación es casi la misma. En la otra cuestión, la que tiene que ver con esa teoría que me armé sobre sacar el carnet de hincha medio que me embrollé y no dejé nada claro.
O eso pensaba, hasta que llegó la nueva fecha de local y caímos duro por cuatro a cero. Esa tarde, al finalizar el partido, me quedé mirando a la gente que se retiraba con la cabeza gacha del estadio, cuando de repente alguien me envuelve con un gran abrazo de pequeñas manos para decirme: “estas derrotas tienen algo bueno papá, quizás hoy una nena o un nene saque su carnet de hincha”.

 

Por Ariel Feller