"Las calles están plagadas de anzuelos"
Escuché la frase en una periférica del centro, yo iba muy en una (como casi siempre) pero pude apreciar bien limpio el comentario, como cuando el Chavo mandaba alguna del Profesor Jirafales, todo lo demás se detuvo, un instante en el que todo se congeló y alguien tiró el estiletazo maradoneano para retratar un momento de la historia.
Me hizo bastante ruido y me quedé masticando la idea.
Es verdad, la pesca del día en las grandes ciudades es feroz y cada transeúnte se transforma en presa fácil, todo es cuestión de fortuna o mala suerte. La moneda al aire lo decide implacablemente.
El destino se rige por el azar, o viceversa, dándole vueltas al asunto tal vez estén en retroalimentación constante, en una puja de intereses infinita.
La fija es el caos y aquellos que sacan provecho de ello están a la orden del día.
La de tirar la buenarda está en pausa, no me atrevería a decir que jamás vuelva, pero en estos tiempos de sálvese quién pueda es muy difícil verla a simple vista. Hay que agudizar el ojo.
Todo es en pos del individuo, la masturbación del ego, la magnificación del super yo en un unipersonal eterno.
Los gestos bienintencionados y desinteresados comienzan a ser esporádicos y uno tiende a desconfiar de aquél que se acerque en ese plan.
La primera reacción es desconfianza y cautela.
Mientras todo eso fluía en el balero fui avanzando en la caminata y ya estaba acercándome a la peatonal.
Unos tacheros cara de orto lustrando las máquinas se tiraban chicanas unos a otros y se cagaban de risa.
Una gitana ofrece chucherías en idioma inteligible, un ciego vende biromes en la puerta de un local de ropa deportiva.
Y la escena de 9 reinas aflora sin pensar...
Cuidá el culo, manoteá fuerte la riñonera, escondé el celu y camina rápido y si se la dan al de al lado ni te metas.
Por eso organizarse, no encerrarse en la de uno es tal vez, el acto más revolucionario que se pueda ejercer en esta época de leones de cartón.
El vincularse, encontrarse, nomás para escucharse unos con otros es, romper las barreras de lo que desde el status quo nos predican. Juntarse en el club, la sociedad de fomento, la plaza. Ver al otro nos convierte en algo más que perfiles de IG que van caminando hacia la nada misma.
Y la sinergia ya es otra, aparece el nosotros como disparador de disputas colectivas y eso de intentar correr los límites de lo imposible se nos presenta como un acto ineludible.
La felicidad cuando somos una banda se goza y nos llena de otra forma, la manada nos da plenitud, el colectivo completa todo eso que nos hace más humanos.
La apología del encuentro (escribieron unos gomias por ahí) de saber lo poco que sabemos pero ponerle empeño al no caretear al enfrentarnos con otro y que ese encuentro sea genuino.
Esta batalla la libramos a diario, la puja de intereses y puntos de vista de toda la vida.
Pararnos del lado correcto de la mecha, arder en los fuegos de la compañía porque si, porqué da y hay ganas de arrebatarnos risas segundeandonos (es todo lo que está bien).
Saborear hacer la gamba, ir y ranchear la que sea. Estar en una con las y los pi y encontrar hermanos de la vida ahí donde pinte.
Jugársela siempre por el de al lado aún cuando tus principios te pongan un freno, ejercer el fino arte de cultivar la amistad y bancar al otro con sus contradicciones y replantear las propias.
Bancar los trapos, en definitiva es tiempo de bancar los trapos.